Hace un par de años mi hijo y yo hicimos un viaje en globo por los cielos de Cataluña. La aventura empezó en el pueblo de Igualada, al noroeste de Barcelona. Allí nos reunimos con el piloto y su ayudante en una tarde soleada de verano. Se pusieron en seguida a sacar todo el equipo de dos vehículos todoterreno - la barquilla, la tela que formaría el globo una vez inflado con aire caliente, muchas cuerdas y las cámaras de gas. El piloto, un ex-soldado muy experimentado, quería que nos involucráramos de lleno en los preparativos, asique nos explicó detalladamente el proceso.
¡Manos a la obra!
Extendimos la tela, acoplamos la barquilla, y con la barquilla volcada en la tierra, el piloto encendió el gas para hacer el llenado inicial.
Yo no sé si este piloto despega siempre del mismo sitio pero en esta ocasión llamamos la atención de todos los niños del pueblo - habíamos invadido su parque y lo ocupamos durante una hora larga.
El globo, engalanado con el nombre del pueblo en letras gigantes, cogió forma y nuestro piloto dio la orden de subir a la barquilla en cuanto ésta se pusiera en pie. ¡RAPIDOS! Ya dentro de ella solo faltaba soltar las cuerdas que anclaban el globo al parachoques del todoterreno. Esto se hizo sin demora y flotamos suavemente hacia un cielo raso de un azul intenso. Cuando llegas arriba experimentas una sensación de paz y tranquilidad de lo más inesperado. Hay un silencio absoluto y parece que no te mueves, pero mirando la tierra, que de repente se ve muy lejos, registras un panorama cambiante de cosas diminutas - coches, campos sembrados y parcelas geométricas , animales que parecen puntitos, casas, piscinas y carreteras - y lo curioso es que todo parece muy limpio y muy ordenado.
¡Es cosa de hombres! A los tres hombres que viajaban en el globo les fascinaba el quemador de gas - de vez en cuando hacía falta abrirlo para calentar el aire dentro del globo, manteniendo así la altura.
Yo, la verdad, prefería mirar el paisaje.
Pero todo lo que suba tiene que bajar y esto me tenía un poco preocupada. Llegó la hora del descenso - ¿qué remedio? - y nuestro piloto empezó a otear el terreno para encontrar un sitio adecuado para aterrizar. Bajamos despacito, evitando los árboles y cables eléctricos, pero de repente apareció el dueño del campo elegido, agitando las manos y gritando un inequívoco '¡NO! AQUÍ NO BAJÁIS'. Volvimos a cobrar altura y entonces divisamos otro campo - levemente inclinado y arado - perfecto, porque la esquina de la barquilla dio justo en uno de los surcos y allí paramos en seco. Mi pesadilla de ir todos arrastrados por el viento durante medio kilómetro, tirados todos patas arriba en el fondo de la barquilla, que iba botando por el suelo, dando golpes violentos...............bueno, como veis por la foto eso solo ocurrió en mi pesadilla.